14 feb 2010

EL ARTE DE LA VIDA


Siento mucho mi ausencia durante tanto tiempo, pero me ha ocurrido lo mejor que le puede pasar a una mujer, y que he querido dedicar todo este tiempo a mi embarazo.
Los primeros 4 meses son los más extraños, hay muchos cambios fisiológicos pero no sientes lo que está creciendo dentro de ti. Sabes que debes cambiar tus hábitos para no dañarle, y en breve te das cuenta que solo te importa que esté bien.
Pero a partir de las 20 semanas, ya empiezas a notar que algo se mueve en tu vientre y los demás también pueden sentirlo. Este es el momento que tu mente cambia de una forma abismal; ahora solo te importa una cosa, todo lo demás es relativo, y la quieres más que nada en el mundo, sabes que no hay nada más tuyo que esto y aparece el “instinto de leona”. Aunque no haya nacido ya le tratas como persona que es y haces las cosas pensando en ella, te creas expectativas de cómo será, como te gustaría criarla, y poco a poco le vas creando un espacio en tu vida.
Pero en la última semana de embarazo, me han aparecido muchos miedos, hasta ahora no deseaba nada más que tenerla entre mis brazos, y ahora la duda del parto y de la responsabilidad de que una vida dependa del ti al 100% las 24 horas del día, me quita el sueño. Por un lado quiero que nazca para poder sentir su calor en mi pecho, mirarla a los ojos y poder amamantarla, pero otro, estoy tranquila porque sé que no le falta de nada: come y duerme cuando quiere, no sabe que es el frio, ni la luz y ni los ruidos la sobresaltan, no tiene pañales ni ropas que la inmovilizan y el latido de mi corazón le es una dulce nana.
Pronto vendrá a un mundo donde tendrá que compartirlo con otras personas, aprenderá que el lenguaje puede hacer mucho daño, que la sociedad espera algo de ella, pero que siempre va a tener una madre que la querrá haga lo que haga.